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jueves, 15 de agosto de 2013

TOCAR EL DESEO



Lo sé, cuando se van los miedos, aparecen los deseos. Dejarse ir y todo se abre. El deseo aparece. Probablemente porque no se buscó.
Vino de una situación o vino de una disposición. Los estímulos pueden ser externos o internos. No se sabe.
El deseo vino y estalló desde dentro y necesitaba salir, expresarse, vehicularse. Imágenes vivencias que lo remueven hasta despertarlo. Una energía poderosa que viene del interior y busca expandirse. Busca comunicarse y compartirse. Hasta quedarnos sin aliento.


Gritarlo y vivirlo.

El deseo tiene mil formas y cuando aparece no tiene límites, no hay que juzgarlo: sólo dejarlo ser. Puede ser la música, pueden ser las imágenes o unas palabras susurradas las que hacen que resurja. El mar de los deseos se muestra inmenso, y es puro presente. Mar donde nadar y dejarse llevar sin fin. El deseo es expansivo, es ambicioso. El deseo es agua en movimiento, agua sin fin.

Te sorprende sentirlo, pero si entras en él te lo da todo. Todo el placer, toda la fuerza te devuelve a ti aunque sea el otro quien te alimente. Es dártelo, es permitirte ser, es sentir que estás vivo y que estás presente.

El deseo te agota. Tienes que parar y respirar y seguir sintiéndolo. Es sorpresa porque te llena y te produce algo que va más allá del bienestar. El placer de sentirlo te hace sentir todo tu poder, todos tus superpoderes.
Deseo de llenarte de fundirte de complacerte de no parar. Deseo de estar, de ser, de transformación, de alegría, de “por fin he llegado aquí”.

Sentir el deseo es quererse, es amarse, es elegirse a uno mismo por encima de todas las cosas. Elegir ser en ese momento, ser sin más, ser y sentir y pensar a través de los sentidos. Ser sin miedos, sin expectativas, sin destinos a los que llegar, sin objetivos que cumplir.

Ser sin más.

Tocar el Deseo, permitirse vivir esa fiesta individual, la fiesta de la vida, de sentirse en uno mismo, de sentirse vivo. Increíblemente vivo.





Deseos eróticos, deseos de ir al encuentro del otro, de sentirlo, de mecerlo y de fundirse sin más. El deseo como un valor a cultivar. No entra en la esfera de lo prohibido ni de lo permitido.


No hay lucha, el deseo ni se defiende ni se ataca. El deseo simplemente se reconoce, se cuida y se cultiva.

Es una potencialidad que ha de ser facilitada, ha de ser cultivada. En el deseo no hay lugar a la equivocación, uno no se equivoca al vivirlo porque simplemente es algo que tiene dentro. Descubrir lo que uno alberga nos hace estar en nosotros y llevarnos a un camino de aceptación. Vivirlo y dejarlo ir, sin crear conflicto.
No encerrar nuestro deseo, no castigarlo y ocultarlo, no problematizarlo e invisibilizarlo porque supone problematizarnos a nosotros mismos. Apartarnos, desconectarnos, no aceptarnos con lo que somos y tenemos.

Yo soy el único responsable de mi deseo, soy yo quien lo gestiona, quien lo permite ser y expresarse o quien lo arrincona y lo juzga. No podemos esperar a que sea el otro el que venga a dárnoslo, sólo lo podrá avivar si me he permitido vivirlo en mí.





El deseo quiere trascender. Cuando aparece y es bienvenido desea vivir y morir contigo. El deseo se siente en el cuerpo a través de todos sus sentidos. Se huele, se saborea, se escucha, se ve y sobre todo se toca. Puede albergarse en la fantasía o puede ser vivido desde la realidad, aparece en todas sus formas.

Cuerpo vivido, cuerpo reconocido, cuerpo sentido, cuerpo amado.



Nuestros deseos aparecen en nuestros sueños y en nuestras fantasías. Pueden causarnos extrañeza pero ahí están, formando parte de nosotros, de nuestra intimidad y de todo lo que no quisimos reconocer y ahí sigue latiendo.

Somos deseos y somos miedos igual que somos luces y sombras, y toda esa inmensidad visible e invisible nos hace ser quienes somos, cada uno que elija si hoy por fin… se atreve a vivirlo. 


http://sexologia-martapascual.es/

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