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martes, 8 de septiembre de 2015

ÉLISÉE RECLUS Y EL FEMINISMO


Entre las mujeres que se han lanzado impetuosamente en el ejército de la reivindicación igualitaria entre los sexos, hubo en un principio una gran proporción que, en su calidad de patricias o de las letradas, conservan un santo horror al obrero de vestidos viejos y sucios; pero desde los primeros tiempos del “feminismo” se vieron valientes mujeres que iban heroicamente hacia las prostitutas, para solidarizarse con ellas en la protestas contra los abominables tratamientos que se les hacía sufrir y contra la escandalosa parcialidad de la ley respecto de los seductores contra sus víctimas. Arriesgando insultos y contactos repugnantes, aquellas mujeres osaron descender a las casas públicas y ligarse con sus hermanas reprobadas contra la vergonzosa injusticia de la sociedad. De ese modo, las risas groseras, los bajos ultrajes con que se acogieron sus primeros pasos, se han cambiado, en muchos de los que antes se burlaban, en su admiración profunda. Es un valor de un valor superior al del feroz soldado que, poseído de furor bestial, se desenfrena a tiros y sablazos.


Todas las reivindicaciones de la mujer contra el hombre son evidentemente justas: reivindicación de la obrera que cobra menos jornal que el obrero por trabajo igual, reivindicación de la esposa en quien se castiga como “crímenes” lo que son “pecadillos” en el esposo, reivindicación ciudadana a la que se prohibe toda acción política aparente, que obedece a las leyes que no ha contribuido a hacer y paga impuestos que no ha consentido. Su derecho de recriminación es absoluto, y ninguna de las que se vengan cuando la ocasión se presenta debiera ser condenada, puesto que las primeras culpas son las del privilegiado. Pero ordinariamente la mujer no se venga: en sus congresos hace, al contrario, un cándido llamamiento a los legisladores y a los gobernantes, esperando su salvación de sus deliberaciones o de sus decretos. De año en año la experiencia les demostrará que la libertad no se mendiga y que es preciso conquistarla; les enseñará además que su causa se confunde virtualmente con la de todos los oprimidos quienes quieran que sean; en lo sucesivo habrán de ocuparse de todos aquellos a quienes se perjudica, y no solamente de las desgraciadas mujeres obligadas por la miseria a vender su cuerpo. Unidas las unas a los otros, todas las voces de los humildes y ofendidos tronarán en un formidable grito que habrá de ser oído.


Élisée Reclus 

Tomado del Libro El Estado moderno (1906)



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